Albert Sánchez Piñol. Antropólogo y escritor, e integrante del CEA (Centre d’Estudis Africans). Sus actividades académicas y profesionales lo han llevado a menudo a varios países africanos. Junto con Marcello Fois es autor del libro de narrativa Compagnie difficili (2000), editado en Italia. En 2001 publicó el libro de relatos breves Les Edats d’Or y en 2002 la novela La pell freda, traducida en treinta países. En 2005 publicó su segunda novela: Pandora en el Congo (Suma).
Como entrevé su pequeña biografía, el autor es especialista en diversos estudios africanos, que demuestra que este breve libro está orientado a hacer justicia con aquellas personas que quisieron estar en la más alta cima de la humanidad. Su prólogo deja bastante claro el por qué de esta labor antropológica: “Esta es la historia de unos hombres mediocres. Eran unos ignorantes y se invistieron maestros. Eran unos cobardes y se hicieron pasar por héroes. Eran seres insignificantes y se creyeron dioses. Esta es la historia de un puñado de dictadores africanos”.
Antes de introducirnos de lleno con nuestra tarea crítica de la obra, es importante señalar que la labor de este señor no cuenta con un amplio estudio historiográfico, sino que él, como buen antropólogo, se dedica a ofrecernos una visión de la obra de una serie de dictadores desde un punto de vista antropológico, basado en el estudio de las conductas, de las administraciones, y del control férreo sobre la sociedad, nunca desde una previa investigación historiográfica. Pero también hay que decir que nuestra labor como humanistas es interactuar los diferentes tipos de ciencia, siendo capaces de ofrecer una solución interdisciplinar a las diferentes lecturas que vayamos a aportar.
Debemos empezar dicho estudio crítico ofreciendo al lector como está estructurado el libro:
• Empieza nuestro autor con una breve introducción, que más que introducirnos apaciblemente en la obra, nos deja bastante claro qué es lo que nos vamos a encontrar: “Nunca, en ningún sitio, las galerías de los payasos crueles y de los déspotas risibles se han fusionado con tanta brutalidad”.
• Los capítulos centrales están estructurados en base a cada dictador. Empieza con Idi Amin, Bokassa, el doctor Banda, Mobutu Sese Seko, Sékou Touré, Haile Selassie y finaliza con los guineanos Macías y Obiang Nguema (hecho destacable ya que estos dos últimos son embriones coloniales de los proyectos de Franco en África).
• Y termina con un epílogo muy crítico, tanto para con los dictadores africanos, como para la responsabilidad del mundo occidental para mantenerlos en el poder y animarlos con sus obras atroces.
Albert Sánchez Piñol nos recuerda que estos personajes asesinaron a cientos de miles de personas. “Macías usaba apisonadoras contra los opositores. Bajo el régimen de Bokassa se apaleaba a niños públicamente. En el de Mobutu abundaron los desaparecidos. Haile Selassie permitió que murieran de hambre miles de niños”. De hecho aquí nos encontramos ante uno de los mayores problemas de la obra, es decir, las crueles matanzas en masa, que en algunos casos han sido auténticos genocidios, no han sido nada más que meros hechos que complementan el hilo argumental del ensayo. Desde un punto de vista más crítico, los diferentes casos de genocidio hubieran sido más chocantes en otra obra sobre dictadores. La represión siempre debe ensalzar la pobreza gubernamental de un dirigente político (si es que en algunos casos llegan a ser políticos), y a su vez ensalzar al escritor que los detalla, provocando en el lector auténtica conmoción por la atrocidad del dictador.
Otra de los temas que encontramos en el ensayo es el de cómo los dictadores se otorgaron diferentes títulos honoríficos para ensalzar sus figuras. Ejemplo claro son los que se concedió Idi Amin, que son una buena muestra del nivel de disparate alcanzado. No contento con haberse proclamado “Señor de Todas las Bestias de la Tierra y Peces del Mar y Conquistador del Imperio Británico, de África en General y Uganda en Particular”, se adjudicó también el de “Rey de Escocia” (de ahí surgió la película El último rey de Escocia, recomendación obligada sobre la vida de uno de estos “payasos” que retrata muy acordemente como una persona analfabeta y poco cuerda se convierte en el gobernante principal de un país sin estructuras políticas existentes).
Claro que en esto de los títulos nadie llegó tan lejos como el guineano Macías Nguema. Se adjudicó más de cincuenta títulos que los escolares de su país debían memorizar si querían pasar de curso. Algunos ocupaban varias líneas; otros eran tan simples como el de “Macías Nguema, Ese hombre”, que transparentaba su admiración por Franco. Otros sustituían la falta de guías turísticas, ya que su labor había sido en sí una aportación a las infraestructuras del país. (Por ejemplo: “Constructor de nuevas carreteras de red moderna que reúnen las condiciones modernas de construcción de carreteras; visite Nkue-Mikomeseng, Añisok, Mongomo, Ebebiyín”.)
Pero si debemos destacar una obcecación del autor por un tema en concreto, ese es, el de la corrupción política. El caso del doctor Banda, que fue un honrado político y ciudadano, ejemplar en muchos aspectos, durante más de sesenta años de su vida. Pero, una vez convertido en el primer presidente de su país, Malawi, hizo todos los méritos para ser incluido en esta nómina de payasos y monstruos corruptos. Como buen dictador, no es que se identificara con su pueblo, sino que obligó a su pueblo a identificarse con él.
Claro que en lo que respecta a robos, nadie supera a Mobutu Sese Seko, que según Sánchez Piñol “es muy probable que fuera el peor cleptómano que ha conocido la raza humana”. A Mobutu, sin duda, le ayudó el destino. Nació en el Congo, el gigante africano, rico en cobre, cobalto, diamantes, uranio y otros recursos, y cuando estuvo en el ejército fue destinado a una oficina contable. El caso es que, cuando fue presidente de su país, sus gastos personales suponían el 20% de los presupuestos del Estado, y la sanidad el 3%. Con tal ejemplo, no fue raro que los embajadores de Mobutu actuaran en consecuencia a su líder. El robo del régimen de Mobutu provocó escenas dignas de cualquier película de mafiosos; algunos altos cargos sacaban los dólares en ataúdes con destino a Suiza, haciendo constar que eran diplomáticos suizos fallecidos; sólo que el número de ataúdes superaba el de todos los suizos residentes o transeúntes en el Congo.
Idi Amin fue una excepción en este sentido. Quizá porque llegó a creerse el amo de su país, se olvidó de la primera regla de los dictadores, abrirse una cuenta bancaria en un paraíso fiscal. Ese olvido le convirtió en un paria político cuando fue derrocado, pero por casualidades del destino, no fue juzgado por crímenes políticos y murió felizmente en una mansión en Arabia Saudí
Respecto al caso de Sékou Touré, es un buen ejemplo de lo que indica el título del libro. Empezó siendo un payaso, que pasó de ser pro-francés a erigirse en líder anticolonial, y terminó convertido en un monstruo que demostró una capacidad para encontrar enemigos de su régimen digno de la labor política de Stalin (purgas). Curiosamente, Sékou Touré fue defendido por personajes que se erigían en occidente como demócratas, como Mitterrand, y por escritores como Aimé Cesaire.
Si todos estos personajes resultan pintorescos y fuera del tiempo, la ridiculez es extrema en el caso del Rey de Reyes, Haile Selassie. No es sólo que sus fiestas fueran dignas de Las 1.001 noches o que existiera la esclavitud hasta la década de los 40, es que las investigaciones judiciales se practicaban mediante adivinación. Dos citas que incluye el autor antes de hablar de Selassie demuestran lo que este hombre significó para el resto de la humanidad: “Etiopía es el negocio de un solo hombre… Haile Selassie gobierna su país como si fuera un parvulario”. John Gunter. “¿Y a mí que me importa el Negus?” Manuel Azaña. Es cierto que este señor fue el que dio paso a la creación de la Unidad Africana (OUE), pero Etiopía fuera de las cordialidades políticas, era otra realidad: Etiopía alcanzó las más altas cifras de muerte por hambruna de todo el siglo XX. De omnipotente a paria pasó en cuestión de horas, ya que murió bajo arresto domiciliario leyendo obras de Lenin y Marx. Pese a las diferentes teorías sobre su muerte y entierro, Haile Selassie murió siendo lo que somos todos: NADA.
Para terminar dicho análisis crítico, me gustaría aportar el último tema clave del ensayo: la responsabilidad del mundo occidental respecto de África. A menudo, estos dictadores tomaron como modelos a gobernantes europeos: Napoleón, Stalin, Hitler o Franco. Y es que Europa está en el origen del África moderna y, en cierto modo, de algunos de sus horrores. “África existía antes de la conquista colonial, y los pueblos africanos tenían sus propias leyes e instituciones políticas, sus modelos familiares, sus mundos simbólicos y sus estructuras económicas. Por ejemplo, el hambre que hoy azota al continente era un fenómeno prácticamente desconocido en el África pre-colonial”. Sobre esa realidad, las potencias europeas impusieron un sistema ajeno y desconocido para los africanos: el Estado. Y como el Estado era una realidad desconocida, sólo quedó una manera de mantenerlo, el autoritarismo. Los monstruos de este libro no inventaron nada, se limitaron a copiar lo que tan bien conocían. Pero la responsabilidad de Occidente no estuvo sólo en suministrar un modelo; mantuvo e incluso animó a estos dictadores. Por lo que respecta a estos tiranos, Europa no ha estado a la altura de su historia ni de sus principios. Como escribe Albert Sánchez Piñol, “quizá el auténtico horror no habita en el corazón de las tinieblas, sino en las tinieblas de nuestro corazón”.
Las trayectorias de gente como Idi Amin, Bokassa, el doctor Banda, Mobutu, Sékou Touré, Haile Selassie o los guineanos Macías y Obiang Nguema provocan tanta risa como espanto. El libro está escrito con buenas dosis de humor e ironía, pero el autor, no ha querido que nadie se llame a engaño y en un intenso epílogo deja las cosas en su sitio. “Los personajes que hemos ilustrado son auténticos monstruos, en el sentido más literal del término: combinaciones de naturalezas diversas que recrean un sentido puramente maligno… De todos ellos destaca su capacidad para absorber y escenificar lo peor de dos mundos en contacto”. Y refuerza el autor, “Y esto no es lo peor. Jamás podremos saber los nombres y apellidos de todas las víctimas, un número incalculable. En cualquier continente el monstruo sabe que el crimen perfecto es aquel que no se recuerda. Que nuestra falta de memoria no refuerce su impunidad”.
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