jueves, 11 de noviembre de 2010

UN PUENTE SOBRE EL DRINA- Ivo Andric


Puente de Visegrad
Algo me dice que la mera descripción del paso del tiempo viene hermanada de la mano del ser humano. Es inequívoco decir que esta obra trata de figuras pasajeras a través de la “vida” material de un puente. Espacio-tiempo es lo característico de esta novela, siendo ese espacio el Puente sobre el Drina (su nombre real es Mehmed Paša Sokolović), y su acción temporal los siglos que van de mitad del XVI (1566) a principios del XX (exactamente 1914).

No es mi intención hacer una sinopsis de esta obra, ya que para ello hay miles de lugares donde está descrita y detallada. Mi objetivo es remarcar un momento trágico que desenmascara las intenciones del autor en esta novela.

Ese momento es sin duda la aflicción que sufre el lector ante Radisav. Andric nos narra en unas 10 páginas el trágico desenlace de este personaje, SU EMPALAMIENTO. El sonido de estas palabras ya es duro, pero es más duro leer cómo este ser inanimado es torturado, humillado, inhumanizado, y otros tantos calificativos desagradables. La imagen es realmente impactante, como si se tratara de cualquier película de serie B, pero es mucho más visual contada con palabras que con unos simples segundos en tu pantalla. Mi análisis personal es que Andric ha querido narrarnos las vivencias de un Jesucristo “Balcánico” en plena Edad Moderna (primero con la tortura, luego el paseo cargando la estaca hasta el puente, y finalmente su empalamiento). Hay que recordar que se erige una leyenda después de su muerte. Existe un túmulo (donde fue enterrado Radisav) en el que una noche al año una intensa luz blanca desciende del cielo directamente sobre el túmulo.

Pero, lo que realmente no me aventuro a exponer, es si la intención de Andric es rememorar el sufrimiento de Jesucristo o, si es una crítica hacia el cristianismo describiéndonos cómo la historia de un “hombre corriente” es tan digna de ser una tragedia como la narrada en la Biblia. Cada cual que juzgue.

Lo mejor: La narración del caos multicultural de los Balcanes en la vida de varios personajes.

Lo peor: Algunos personajes aparecen y desparecen de la narración sin darles un desenlace.

martes, 9 de noviembre de 2010

¿DE QUÉ SIRVE EL PROFESOR?- Umberto Eco

En el alud de artículos sobre el matonismo en la escuela he leído un episodio que, dentro de la esfera de la violencia, no definiría precisamente al máximo de la impertinencia... pero que se trata, sin embargo, de una impertinencia significativa. Relataba que un estudiante, para provocar a un profesor, le había dicho: "Disculpe, pero en la época de Internet, usted, ¿para qué sirve?"

El estudiante decía una verdad a medias, que, entre otros, los mismos profesores dicen desde hace por lo menos veinte años, y es que antes la escuela debía transmitir formación pero sobre todo nociones, desde las tablas en la primaria, cuál era la capital de Madagascar en la escuela media, hasta los hechos de la guerra de los treinta años en la secundaria. Con la aparición, no digo de Internet, sino de la televisión e incluso de la radio, y hasta con la del cine, gran parte de estas nociones empezaron a ser absorbidas por los niños en la esfera de la vida extraescolar.

De pequeño, mi padre no sabía que Hiroshima quedaba en Japón, que existía Guadalcanal, tenía una idea imprecisa de Dresde y sólo sabía de la India lo que había leído en Salgari. Yo, que soy de la época de la guerra, aprendí esas cosas de la radio y las noticias cotidianas, mientras que mis hijos han visto en la televisión los fiordos noruegos, el desierto de Gobi, cómo las abejas polinizan las flores, cómo era un Tyrannosaurus rex y finalmente un niño de hoy lo sabe todo sobre el ozono, sobre los koalas, sobre Irak y sobre Afganistán. Tal vez, un niño de hoy no sepa qué son exactamente las células madre, pero las ha escuchado nombrar, mientras que en mi época de eso no hablaba siquiera la profesora de ciencias naturales. Entonces, ¿de qué sirven hoy los profesores?

He dicho que el estudiante dijo una verdad a medias, porque ante todo un docente, además de informar, debe formar. Lo que hace que una clase sea una buena clase no es que se transmitan datos y datos, sino que se establezca un diálogo constante, una confrontación de opiniones, una discusión sobre lo que se aprende en la escuela y lo que viene de afuera. Es cierto que lo que ocurre en Irak lo dice la televisión, pero por qué algo ocurre siempre ahí, desde la época de la civilización mesopotámica, y no en Groenlandia, es algo que sólo lo puede decir la escuela. Y si alguien objetase que a veces también hay personas autorizadas en Porta a Porta (programa televisivo italiano de análisis de temas de actualidad), es la escuela quien debe discutir Porta a Porta. Los medios de difusión masivos informan sobre muchas cosas y también transmiten valores, pero la escuela debe saber discutir la manera en la que los transmiten, y evaluar el tono y la fuerza de argumentación de lo que aparecen en diarios, revistas y televisión. Y además, hace falta verificar la información que transmiten los medios: por ejemplo, ¿quién sino un docente puede corregir la pronunciación errónea del inglés que cada uno cree haber aprendido de la televisión?

Pero el estudiante no le estaba diciendo al profesor que ya no lo necesitaba porque ahora existían la radio y la televisión para decirle dónde está Tombuctú o lo que se discute sobre la fusión fría, es decir, no le estaba diciendo que su rol era cuestionado por discursos aislados, que circulan de manera casual y desordenado cada día en diversos medios –que sepamos mucho sobre Irak y poco sobre Siria depende de la buena o mala voluntad de Bush. El estudiante estaba diciéndole que hoy existe Internet, la Gran Madre de todas las enciclopedias, donde se puede encontrar Siria, la fusión fría, la guerra de los treinta años y la discusión infinita sobre el más alto de los números impares. Le estaba diciendo que la información que Internet pone a su disposición es inmensamente más amplia e incluso más profunda que aquella de la que dispone el profesor. Y omitía un punto importante: que Internet le dice "casi todo", salvo cómo buscar, filtrar, seleccionar, aceptar o rechazar toda esa información.

Almacenar nueva información, cuando se tiene buena memoria, es algo de lo que todo el mundo es capaz. Pero decidir qué es lo que vale la pena recordar y qué no es un arte sutil. Esa es la diferencia entre los que han cursado estudios regularmente (aunque sea mal) y los autodidactas (aunque sean geniales).

El problema dramático es que por cierto a veces ni siquiera el profesor sabe enseñar el arte de la selección, al menos no en cada capítulo del saber. Pero por lo menos sabe que debería saberlo, y si no sabe dar instrucciones precisas sobre cómo seleccionar, por lo menos puede ofrecerse como ejemplo, mostrando a alguien que se esfuerza por comparar y juzgar cada vez todo aquello que Internet pone a su disposición. Y también puede poner cotidianamente en escena el intento de reorganizar sistemáticamente lo que Internet le transmite en orden alfabético, diciendo que existen Tamerlán y monocotiledóneas pero no la relación sistemática entre estas dos nociones.

El sentido de esa relación sólo puede ofrecerlo la escuela, y si no sabe cómo tendrá que equiparse para hacerlo. Si no es así, las tres I de Internet, Inglés e Instrucción seguirán siendo solamente la primera parte de un rebuzno de asno que no asciende al cielo.

Para LA NACION
Lunes 21 de mayo de 2007

La Nacion/L’Espresso (Distributed by The New York Times Syndicate)

(Traducción: Mirta Rosenberg)

VIDA EN LO MÁS ÍNFIMO



"Mira ese punto. Eso es aquí. Eso es nosotros. En él se encuentra todo aquel que conoces, o del que has oído hablar, cada persona que existió y vivió su vida. La suma de nuestra alegría y sufrimiento, miles de religiones, ideologías y doctrinas, cada héroe y cobarde, creador y destructor, rey y campesino, cada pareja enamorada, madre y padre, niño, inventor y explorador, cada maestro de moral, cada político corrupto, 'superestrella', 'líder supremo', cada santo y pecador en la historia de nuestra especie vivió ahí, en una mota de polvo suspendida en un rayo de luz del sol"

("Un punto azul pálido", Carl Sagan, 1994)